Todos tenemos claro por experiencia directa que, aparte de aquello que nos interesa, aprendemos y recordamos mejor las cosas que aprendemos en un contexto agradable y en un contexto de novedad.
Los dogmas sobre el estudio promueven que niños, jóvenes y estudiantes universitarios deben estudiar siempre en el mismo lugar: una escritorio tranquilo en su casa o en una biblioteca, pero siempre en el mismo lugar, sin variación de ningún tipo.
Algunas investigaciones científicas parecen demostrar que en realidad es al revés. El psicólogo Robert Bjork ha demostrado hace tiempo que cuando el escenario externo es distinto, la información se retiene mejor, porque el hecho de variar de lugar ralentiza el proceso de olvido. Por otra parte constante que los hábitos recurrentes, cómo estudiar sentado siempre en el mismo escritorio, pueden quizás favorecer al estudiante más ordenado y metódico, pero es el hecho de alternar en diversos lugares de estudio lo que mejora la retención, que no la comprensión, de todo lo aprendido.
El cerebro, de hecho, asocia aquello que estás estudiando a las sensaciones de fondo qué siente, independientemente del hecho de que tales percepciones sean conscientes. Si lo pensamos bien, es un hecho notorio desde la antigüedad, esto es cierto hasta el punto de que uno de los grandes retóricos antiguos, Cicerón, solía preparar y recordar sus discursos paseando, así mediante la asociación de un argumento a un lugar determinado conseguía recordar cada frase de sus largos y complicados discursos.